19.6.07

Para ser artista toca sacarse los ojos ( 1ª parte)



Doy asco. Hace un par de semanas que llevo la misma ropa. No me baño, no me peino, no me corto las uñas, no me afeito. Pero no está mal. Los planetas tienen la alineación adecuada y no exagero al decirlo.

Todo empezó cuando Witty Boy y yo terminamos nuestra última maqueta musical titulada Canciones para follar. Era casi media noche. Después de apagar todos los equipos, salimos de La Habitación del Pánico, que es nuestro estudio. Witty dijo que antes de llegar a su casa, se pasaría por el Blanker a tomar algo. Después de que su taxi se hubo marchado yo me eché a caminar.

La distancia que hay entre La Habitación del Pánico y el edificio en el que vivo es de siete cuadras. Si cojo por la playa me ahorro tres. Decidí ahorrar.

Pasé frente a la tienda de la señora Merche pero ya había cerrado. Las calles vacías lo confieso, me daban una sensación de desamparo. Me interné en la playa. Por suerte había luna llena.

Entre mis brazos llevaba una organeta Kurzweill, que si bien no es muy pesada, cuenta con el volumen necesario para hacer incómoda cualquier caminata. Calmé mi paso. Eché una ojeada a la arena y vi que un diminuto cangrejo se escondía. ¿Qué se sentirá ser cangrejo? Seguro no tendría necesidad de llegar temprano al trabajo. Ni a ningún sitio. No habría nadie reclamando y se podría salir desnudo a cualquier hora. En esas estaba cuando ¡PUMMMMMM...! Golpe certero contra la torre de control. No joda. Levanté la mirada. Cinco raras figuras a mi alrededor. ¿Y ahora qué?

Ante una situación de PELIGRO el mortal común tiene tres opciones:

1) Huir.

2) Atacar.

3) No hacer nada.


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9.6.07

Para ser artista toca sacarse los ojos ( 2ª parte)

Estando en la peluquería Tiffany´s le conté esto a mi peluquero. ¿Que habrías hecho tú en mi caso John? Es muy dificil saber cómo reaccionaría uno, me decía él mientras me sacaba el champú. La última pelea con mi novio estuvo como para alquilar balcón. Él se llama Rafi y es un celoso profesional. No acepta que hable con ningún hombre que él no conozca. Una vez, por ejemplo, quedamos de encontrarnos en la entrada del cine. Yo llegué algo temprano. En esas pasó Carlos Fernández, quien había sido cliente mío en alguna época. No habíamos terminado de cruzar palabras cuando de repente se aparece Rafi. Me despedí de Carlos como pude pero ya era tarde. Una vez más Rafi y su cara de puño. Quién era ese, me dijo. No vayas a empezar cariño. Qué quién era ese. Y para la complacencia de mi honorable público, la tercera guerra mundial. En plena calle y con la gente pasando a nuestro lado. Y yo pensaba ¡Nooooooooooo..... qué horroooooooooooor!!! Pues para resumir, las tres opciones de las que hablas las utilicé al tiempo. Entre lagrimas y sollozos. ¿Por qué todo es tan jodidamente triste?

Dejando de lado las desventuras de mi peluquero y retomando la historia que había empezado a contar, confieso que han pasado los días y sigo sin comprender la reacción que tuve aquella noche. Como ya había dicho estaba rodeado por cinco figuras. Y al referirme a lo extraño de su naturaleza no estoy exagerando. Al comienzo quedé estupefacto. Conté hasta treinta y respiré profundo. Al poco rato comprendí que quienes me rodeaban no eran ladrones. Medían poco más de un metro, sus ojos eran tan grandes como un puño cerrado, su piel era de color verde y permanecían flotando en el aire. Eran marcianos.

Los segundos pasaban como siglos. Yo mientras tanto me levantaba en cámara lenta. Sus ojos apuntaban inclementes hacia los míos. Noté que aún no me atacaban. A pesar de eso decidí prevenir. Saqué valor de donde no lo tenía y me puse en posición de karate. No soy un experto pero de algo me habrián de servir las clases que tomé a los ocho años. Se me ocurrió que invisibles cables de alta tensión se extendían ante nuestros ojos. De un momento a otro, la oscuridad.

Cuando desperté ya era avanzada la mañana. Continuaba tumbado sobre la arena. Los pescadores iban y venían a pocos metros de donde yo estaba. Para mi sorpresa aún conservaba la organeta. No puedo decir que haya perdido la conciencia de lo ocurrido aquella noche, o por lo menos no por completo. Hay imágenes en las que voy en una especie de nave descapotada por una ciudad muy extraña. Por todas partes hay pantallas gigantes y hologramas. Luego me veo en un luminoso salón blanco. Sé que estuve recibiendo instrucciones por parte de mis captores, pero esta vez, y es algo que no entiendo, desde una especie de televisor. Me dijeron que yo adquiriría una gran responsabilidad y que si no la cumplía, me encerrarían en algo así como una mazmorra donde me harían escuchar poemas de Giovanni Quessep, y además de viva voz. Cuánta tortura.

La cosa consistía en ser inclemente. ¿Con quién? Nada más y nada menos que con los artistas. En este siglo que empieza y sobre todo en los países en vía de desarrollo, me dijeron, el arte llegaría a convertirse en una necesidad básica. Mi principal enemigo sería yo mismo. Nada de pupilajes. Nada de alabanzas gratuitas hacia otros artistas allegados a mis afectos. Nada de venderse, enfatizaron, para eso las putas y los políticos.

Desde ese día no he dejado de reflexionar al respecto. Aún llevo la misma ropa. No me baño, no me peino, no me corto las uñas y no me afeito. Pero no está mal. Los planetas tienen la alineación adecuada y no exagero al decirlo. Doy asco, sí. Pero a pesar de todo he descubierto una cosa: Para ser artista toca sacarse los ojos.


Salvador Andrade


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